El 28 de mayo de 1812, precisamente 200 años atrás, se firmaba en Bucarest el tratado que pondría fin a la guerra ruso-turca, que se prolongaba ya por 6 años. La paz de Bucarest fijó la frontera entre el Imperio Otomano y Rusia en el Prut, río con una connotación muy especial para los rumanos. Las estipulaciones acordadas tienen aún repercusión en nuestros días tanto en los Balcanes como en el Cáucaso, ya que algunos de los conflictos que se han vivido en ambas regiones tienen origen más o menos directo en dicho tratado.
El edificio donde se celebró el mismo sigue hoy en pie. No es otro que Hanul lui Manuc (la posada o venta de Manuc), situado en pleno centro de Bucarest y que conserva todavía su función primera: establecimiento para acogida de huéspedes.
Manuc Bei fue un acaudalado comerciante armenio nacido en 1769 en Rusciuc (la actual Ruse, en el norte de Bulgaria, que entonces formaba parte del Imperio Otomano). En 1806 llegaría a la capital de Valaquia, principado vasallo de los turcos, y comenzaría el levantamiento de su posada, caracterizada por un estilo muy innovador. Las construcciones finalizarían en el año 1808. Manuc, a tenor de su implicación en muchas de las intrigas de la época, fue con certeza un espía del zar Alejandro I, quien le confirió el título de caballero de la orden de San Vladimir. Habiendo amasado en vida una de las mayores fortunas de Europa, se retiraría al término de la guerra ruso-turca a su quinta de Hâncești (localidad del principado vasallo de Moldavia que había pasado a Rusia a raíz del tratado), donde muere en 1817.
El pintor francés Auguste Lancelot, de visita en Bucarest por el año 1860, inmortalizará la imagen de un día corriente en la posada de Manuc.
El pintor francés Auguste Lancelot, de visita en Bucarest por el año 1860, inmortalizará la imagen de un día corriente en la posada de Manuc.
"Los hombres de nervios delicados, con la piel fina, harán bien en no entrar en esta posada, pero los curiosos, deseosos de conocer el pasado, tendrán mucho que ver. Se ha conservado intacta su primera fisionomía, oscurecida por desgracia debido a la falta de limpieza.”
Ya en el presente, Hanul lui Manuc es parada obligada para cualquier viajero de paso por Bucarest. Sobre todo si tomamos en cuenta que este monumento histórico se halla en las proximidades de la animadísima zona de bares de la capital rumana, la famosa Lipscani, convertida desde hace unos años en corazón en plena ebullición de esta ciudad.
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Curtea Veche (la antigua Corte) |
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busto de Vlad Țepeș |
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campanario de la iglesia de San Antón |
A las afueras de la posada, en su parte trasera, nos encontramos con la llamada Curtea Veche (la antigua Corte), así como con su iglesia, San Antón, la más antigua de Bucarest y famosa por sus milagros. Basta asistir 13 martes seguidos a la misa para que la más imposible de nuestras súplicas sea escuchada, algo al alcance de pocos forasteros. Por si acaso tuvierais oportunidad de acudir allí durante más de 3 meses, el ritual para lograr que se cumplan los deseos es sencillo: Se transcriben estos a un papel, denominado acatist en rumano, y se le da al pope, el cual lo leerá mientras canta la misa. En el jardincillo de esta iglesia se puede oler incluso menta salvaje, lo que supone un respiro en el epicentro mismo de la contaminada Bucarest.
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jardín de la iglesia de San Antón |
Volviendo a “nuestro han”, la entrada desde la parte de atrás, frente a la iglesia de Sfântu Anton, representa su acceso más llamativo. La inscripción “HANUL MANUC” marca esta entrada que, por su cautivador adoquinado de madera, todavía visible, debió ser un día paso de carruajes. Y penetrando bajo el arco en cuyo letrero se recuerda aún a Manuc Bei, nos topamos repentinamente con un majestuoso corral.
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arco de entrada a Hanul lui Manuc |
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galerias de balcones y escaleras en Hanul lui Manuc |
Son muchos (casi tantos como clientes) los curiosos que acceden al patio desde esa parte trasera para “robar” unas cuantas instantáneas, retratando las escaleras y las galerías de balcones de este palacio de madera. Sin embargo, es más que recomendable hacerle una visita al sitio para tomarse un café o disfrutar de una copa en su terraza, que da a ese imponente patio interior. Las vistas crean una atmósfera tan agradable que son garantía de un rato inolvidable, y a un precio similar al de cualquier otro establecimiento de la ciudad. Por desgracia, los rigores del invierno hacen que esto no sea posible durante la estación fría y el local sin su terraza es tan sólo uno más. Se sirve comida libanesa y platos tradicionales rumanos, como los típicos mici, que se preparan en asadores situados en el patio; un patio abarrotado los fines de semana.
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Curtea Veche (la antigua Corte) |